Rosa y Lydia Collazo

Lydia Collazo Cortéz, hijastra de Oscar Collazo, y su dos hermanas quedaron solas en su apartamento del Bronx mientras Rosa, mamá de Lydia, permanecía encerrada en la celda de una prisión. Todos los días iban ellas a visitar a su mamá, le llevaban comida y ropa limpia mientras interiormente mantenían su enojo por la injusticia de su encarcelamiento. Gracias a la generosidad de un comerciante judío, ellas lograron sobrevivir.

Rosa Collazo, madre de Lydia, cumplió ocho meses en una prisión federal de Nueva York por la única razón de ser la esposa de Oscar Collazo para el tiempo de llevarse a cabo el ataque a la Casa Blair en el año 1950. Ella describió su arresto: "Recuerdo como si fuera hoy, cuando tocaron a la puerta. Abrí la puerta y más de 20 agentes federales entraron. Me enseñaron una foto de Oscar tendido en el suelo y me dijeron que acaban de matarlo. Yo les dije, `Si él ha muerto, murió por la causa de la libertad.'" En realidad, Oscar sobrevivió a sus heridas y fue encarcelado. Una vez salió en libertad, Rosa continuó su trabajo en el Partido Nacionalista y ayudó a conseguir más de 100,000 firmas para salvar a su esposo de morir en la silla eléctrica. Trabajó en favor de Ethel Rosenberg, acusada de espionaje y más tarde ejecutada. Durante su encierro fue Ethel vecina de Rosa en la prisión federal.

Para la fecha del ataque al congreso de los EEUU, se acusó a Rosa una vez más de conspiración y se le sentenció a siete años de prisión. Fue enviada a Alderson, West Virginia, donde tuvo como compañeras a Lolita Lebrón, Blanca Canales y a Carmen Dolores Torresola, viuda de Griselio Torresola. "Nadie logrará que yo abandone la causa de la libertad de mi patria", juró ella. "Lucharé por esto hasta que seamos libres."

Durante la juventud de Lydia, su familia estuvo en contacto con otros movimientos internaciales de liberación, entre estos los de Irlanda, India e Israel. Esto era durante la época del McCartismo, cuando el pueblo norteamericano trataba de sacudirse de la persecución en su propio país.

Lydia respaldaba al Catholic Worker y tenía varias amigas allí, principalmente pacifistas. "Su respaldo a nuestra causa jamás será completamente compensada," nos dice Lydia. "Les debemos agradecimiento eterno."

Aunque nacidas en Nueva York, Iris y Lydia Collazo fueron siempre buenas patriotas boricuas. A través de sus parientes más militantes, Lydia desarrolló una gran conciencia patriótica en favor de la causa libertaria. Conoció al Dr. Pedro Albizu Campos cuando, después de haber éste estado recluido dos años en el Hospital Columbus, vino a residir en el segundo piso del edificio donde residía la familia Collazo y donde recobraría él sus energías en preparación para su regreso a Puerto Rico. Don Pedro, siempre el maestro entusiasta, enseñó a Lydia todo lo concerniente a la situación económica y política de Puerto Rico.

Joven artista del pincel, Lydia fue a Puerto Rico y encontró allí los temas apropriados en la vida contemporánea y en la lucha política. No era tarea fácil, pues tendría que someterse a los prejuicios propios de un país colonial hasta encontrar un empleo decente. Entonces, como ahora, todo independentista era mirado con sospecha. Miles de nacionalistas cumplían aún sentencias en prisión. Pero su talento, vivacidad y determinación le permitieron encontrar un empleo como maestra de arte en las escuelas públicas.

Lydia vivió durante los últimos años de su mamá en una casa rodeado de belleza y cultura; música nativa y sefardita, sus obras de arte y una bien surtida biblioteca. Sigue fiel a sus convicciones ideológicas contra viento y marea.

En el 1984, se conmemoró en el Colegio de Abogados el cincuentenario de la activa labor patriótrica de Rosa. Allí se reconocieron además sus esfuerzos por lograr la conmutación de la pena de muerte impuesta a su marido en el 1951.

Hace poco más de un año, Rosa, pasados ya sus ochenta, marchó en compañia nuestra durante todo el trayecto recorrido en una manifestación contra el militarismo y en favor de la independencia. Con gran orgullo nos señalaba a los concurrentes en la marcha como "Yanquis defensores de la liberación de su país."

[Traducción por Oscar Collazo]