Ada Rivera Ruiz y Miguel González Rodríguez

Abe y yo mantuvimos vigilia con Ada y Miguel en su diminuta casita, mientras las amenazas de la inminente invasión a la comunidad de Villa Sin Miedo por parte la policía se escuchaba por la radio. Cada vez que sonaba la voz de alarma, los niños se alineaban, armados de maderos y piedras, dispuestos a defender su comunidad. Villa Sin Miedo es una de tantas comunidades levantadas en terrenos rescatados por familias puertorriqueñas carentes de recursos económicos para hacerse de una residencia decente. Habiendo fracasado en sus intenciones de obtener acceso formal a terrenos del gobierno, separados para proyectos de vivienda pública, pero que se estaban usando como tierras para pastoreo de ganado, un grupo de familias desesperadamente necesitadas de viviendas, approvechando la covertura de la noche?se armaron de martillos y clavos. Y cargando en sus espaldas paneles de madera, cartones y planchas de zinc, levantaron furtivamente una serie de mal acabadas casuchas para instalarse en ellas con sus limitadas pertenencias. Los caminos se hicieron a mano con pico y azadón. En corto plazo, la comunidad se había expandido a un total de trescientas familias.

Entre los organizadores y líderes de la comunidad se encontraban Miguel González y Ada Rivera. El padre de Miguel había seguido la tendencia en boga de dejar los campos para buscar una vida mejor en la ciudad. El único trabajo que pudo conseguir fue el de chófer de camiones y luego sirvió también como ministro Pentecostal. Miguel aportaba también algo el sostenimiento de la familia, vendiendo periódicos y limpiando zapatos para los "blanquitos" del Condado. Esta parte de la familia de Miguel vivía en la comunidad igualmente rescatada de "Shangai".

Habiendo tomado cursos por correspondencia en Administración Comercial, Miguel se volvió hacia los problemas sociales. Se relacionó con don Gilberto Concepción de Gracia, presidente del Partido Independentista Puertorriqueño, e inspirándose en el patriotismo de doña Lolita Lebrón, don Oscar Collazo y otros, se hizo consciente de su propia identidad nacional. El llegó a entender que Puerto Rico había sido colonizado por la fuerza y no por elección propia; que la ciudadanía americana había sido impuesta a los puertorriqueños; y que existía una amplia brecha entre la cacareada democracia de los Estados Unidos y la situación colonial que se imponía sobre la Isla Patria.

Miguel tomó varios trabajos como obrero de la construcción y finalmente trabajó como organizador de uniones, intentando hacer las mismas un poco más democráticas.

Ada había crecido en un pequeño y montañoso pueblo del centro de la isla que se llama Comerío, dentro de una relativa pobreza. Su familia, consistente en nueve miembros, subsistía del cheque federal que su padre, un veterano que había sido herido en la guerra de Corea, recibía como pensión militar.

La primera adquisición de conseciencia política llegó a Ada por medio de literatura distribuida en su escuela y por el impacto que le causó (durante esos mismos días) el ver a dos sacerdotes católicos ser expulsados de su iglesia por su preocupación social.

Habiendo obtenido una beca para estudiar en la Universidad de Puerto Rico, Ada logra alcanzar una Maestría en Trabajo Social. Le tocó estudiar en la Universidad durante los alzamientos estudiantiles de la década del 70. En ese entonces, los estudiantes, que exigían la salida del ROTC de los terrenos de la Universidad, tuvieron un violento enfrentamiento con la policía. Una estudiante, Antonia Martínez, resultó muerta de un disparo efectuado por la policía, la cual rehusó aceptar su responsabilidad en la muerte y alegó que un disparo de otro estudiante fue el causante de la tragedia de Antonia. Hubo acusados por este acto, pero fueron absueltos. Finalmente el programa del ROTC fue removido de la Universidad y relocalizado en un área aledaña.

Unidos en matrimonio, Ada y Miguel se encontraron a sí mismos sin empleos y, como independentistas que eran, prácticamente inempleables. Su necesidad de vivienda les llevó a reconfirmar que aunque la Constitución de los Estados Unidos reconoce la vivienda como un derecho humano, esta provisión había sido "removida" de la Constitución de Puerto Rico. Fue entonces que ellos vieron la necesidad de obtener una vivienda mediante su propio esfuerzo. Esto les llevó a contarse entre los primeros que se instalaron en Villa Sin Miedo.

Cuando las autoridades y la policía se enteraron de la creciente comunidad, el hostigamiento comenzó. Miguel nos contó de cuatro matones que llegaron a la comunidad y amenazaron con un arma de fuego a uno de los residentes rescatadores. Cuando otro residente apareció con otra arma, el matón soltó la suya. Miguel la recogió del suelo y con la misma le hizo varios disparos a aquellos que corrían por sus vidas. Luego, ellos supieron que la ganga de los matones había tenido una sesión de dos horas con un agente encubierto en la que planificaron el atentado contra la comunidad. Miguel fue acusado de herir a uno de los matones y recibió una sentencia de dos años de prisión. Nuestro primer encuentro con Miguel fue presisamente en el tribunal donde se le ventilaba el caso. Ada entonces se encontró, sin haberlo planeado, ocupando el papel de dirigente que Miguel había ocupado hasta entonces. Pese a la tradición machista fuertemente arraigada en el hombre puertorriqueño, la comunidad la aceptó como su dirigente.

Nosotros acampamos en la comunidad de Villa Sin Miedo por un mes, sintiéndonos perfectamente seguros aun cuando las puertas de nuestro van estuviesen completamente abiertas. El "Guardia de Seguridad" pasaba periódicamente en su caballo blanco, velando por el orden en la comunidad. Guardias nocturnos se colocaban en la entrada de la comunidad para impedir más hostigamiento.

A nosotros nos impresionó la intensidad del trabajo, a medida que los miembros de la comunidad levantaban sus casas de madera y zinc, tiraban tuberías de agua, ponían plumas donde todos podían coger agua, plantaban vegetales y flores, se construía una escuela para adultos, y se erigía una capilla. Entonces surgió la amenaza de la destrucción total de la comunidad.

Villa Sin Miedo, en su lucha por adquirir una independencia económica, se ha convertido en un reto para el sistema colonial que requiere el control absoluto sobre gente dócil. Pese al vigoroso apoyo de la comunidad en favor de que se le concedieran derechos de propiedad a los residentes de Villa Sin Miedo, el gobernador, Carlos Romero Barceló, vetó un proyecto presentado por la legislatura de la isla a tal efecto. A pesar de todo, los miembros de la comunidad rehusaron entregar las tierras que consideraban de ellos por cuestión de derecho, ya que ellos las habían desarrollado. La última foto que nosotros tomamos en Villa Sin Miedo fue la de un hombre de rodillas plantando semillas.

Luego tuvimos que partir para efectuar reservaciones a fin de transportar nuestra casa móvil a la isla de Vieques, donde íbamos a dejarla por el verano. Dos días después se produce la invasión policial.

Solamente tres semanas de entrenamiento en tácticas al estilo Vietnam, provistas por el ejército norteamericano, habían preparado a la policía para este ataque. Las tropas policiacas irrumpieron violentamente en la comuidad. Quinientos agentes fuertemente armados hicieron huir despavoridos a los asustados e indefensos residentes, hombres, mujeres, ancianos y niños con gases lacrimógenos, incendiando sus casas y propiedades y destruyendo sus plantíos y jardines que se hallaban florecidos para ese entonces. Hora y media después, nada quedaba en pie en la comunidad original.

La desposeída multitud marchó hacia San Juan, donde un legislador simpatizante les proveyó "refugio" en el área de la rotonda del Capitolio. Finalmente, y luego de varios días de estadía en el Capitolio, fueron rescatados por la Iglesia Episcopal, la cual les permitió el uso de cinco acres de sus terrenos de Saint Just. Allí se levantaron tiendas de campaña. Ropa, comida y camas tuvieron que ser donadas a una comunidad que había sido del todo autosuficiente. Nosotros visitamos la "Ciudad de las Casetas" en sus comienzos. Fue patético ver las pocas familias que quedaban allí, las cuales habían tenido que marcar sus porciones de terreno con bambúas y plantando tiestos de geranios para embellecer un poco el lugar.

Cuando las casetas de campaña comenzaron a corroerse, las mismas fueron substituidas por cabañas de madera de doce pies por doce pies, cada una con un bombillo colgante en el centro. La siguiente ocasión en que fuimos a acampar al lugar, las familias ya estaban atareadas en hacer ropa, productos de artesanía y helados de frutas para la venta. Los jardines habían florecido. Se había comenzado a dar clases de salud e historia. Miguel y Ada estaban otra vez trabajando en sus papeles directivos. El trabajo de Ada fue elogiado en el comunicado noticioso de la comunidad. "Su labor y compromiso para y con nosotros ha sido una lucha hombro con hombro. Ella es un ejemplo del valor de la mujer puertorriqueña." El boletín la comparaba con heroínas nacionales como doña Lolita Lebrón, doña Blanca Canales, doña Adolfina Villanueva y otras.

Al correr del tiempo, organizaciones religiosas le proveyeron a la comunidad fondos suficientes para la adquisición de cincuenta acres de terreno cerca de las montañas de El Yunque, una de las reservaciones forestales más famosas y hermosas de Puerto Rico. Las cabañas fueron desmanteladas y transportadas, y las plantas vueltas a remover una vez más en sus tiestos. Una comunidad de cerca de cincuenta familias fue milagrosamente restaurada.

Una enfermedad forzó a Ada a viajar a los Estados Unidos, para recibir tratamiento y sus tres hijos tuvieron que recibir terapia psicológica para subsanar las heridas emocionales que en ellos dejó la brutal invasión. Miguel les siguió luego.

Mas la comunidad ha seguido adelante confiada en que habrán de sobreponerse a sus problemas ecónomicos mediante su propio esfuerzo y su ardua labor.